El reto es convertir la escuela en un lugar emocionante
Emilio Ruiz Llaven es una de las personas más activas y reconocidas en Chiapas en la tarea de divulgar y fomentar el conocimiento de la ciencia y la tecnología, entre niñas, niños, jóvenes y hasta gente adulta que se acerca con curiosidad a sus talleres, charlas y su blog personal.
Su trabajo como creador suele mezclar arte, ciencia y tecnología: esculturas que son también receptores de radio o emisores de grabaciones, cuadros de paisajes sonoros y artefactos sonoros. Es también uno de los fundadores de Archivo Sonoro, una iniciativa que promueve el rescate y conservación del paisaje sonoro.
Actualmente, trabaja en la creación de espacios interactivos para el museo de la Casa de las Artesanías de Chiapas.
Entrevistado para la Agencia Informativa Conacyt, conversó acerca de varios temas: de la emoción que despierta la ciencia y la tecnología en niñas, niños, jóvenes y personas adultas; de robots; del entrecruzamiento entre el arte y la ciencia, de la desconexión que parece haber entre la escuela (y más tarde también el trabajo) y la vida; y de una de sus pasiones: la radio.
Le hicimos pocas preguntas, pero Emilio Ruiz suele ser prolijo en sus respuestas. Argumenta, explica, divaga un poco, mezcla anécdotas con reflexiones. Y aunque parece siempre tener en mente llegar a un punto —y lo hace—, a menudo la ruta que sigue para llegar ahí no es menos interesante. Por todo eso, omitimos aquí las preguntas que le hicimos, para reflejar un poco el flujo real y continuo que es su natural expresión.
Todo lo que sigue a continuación lo dice Emilio Ruiz Llaven, artista y divulgador científico.
Distanciamiento entre la escuela y la vida
Mis talleres y El Ingenio (el espacio físico donde los imparto) buscan llevar arte y ciencia a los niños, jóvenes y adultos, de forma gratuita. En ese contexto, me he encontrado con que sin importar si estudian en instituciones públicas o privadas, la mayoría de los asistentes sufre una “desconexión” entre lo que le es enseñado en la escuela y lo que en verdad aprende. Por ejemplo: les enseñan a recitar el número pi: tres punto catorce dieciséis, pero no saben qué significa y de qué sirve. Y lo mismo les ocurre con una gran cantidad de temas.
A pesar de ello, noto que les motiva mucho toda la ciencia y la construcción de objetos a partir de los conocimientos que adquieren (tecnología). Lo chistoso es que en determinado momento “les cae el veinte” de que son temas que ya habían visto en la escuela, pero los odiaban porque los dejaban de tarea.
Lo mismo ocurre con los niños, quienes suelen tener esa idea de que lo aprendido en la escuela nada más sirve para aprobar exámenes, pero no para sus juegos, diversiones, etcétera. Y sostienen también la creencia de que lo más horrible del mundo son las tareas de matemáticas, de historia y de español.
Recientemente, comencé a pedir que las madres y padres se involucraran también en los talleres que reciben sus niños, sobre todo cuando son muy pequeños. Fue una buena idea. No solo se emocionan con los temas y la construcción de artefactos, sino que en casa motivan a sus niños a investigar más. Incluso, varios me han comentado que sus hijos se interesan de inmediato cuando en la escuela o en la televisión mencionan algún tema que hayamos tratado en el taller.
En resumen, y sin querer generalizar, me parece que el problema es que hay un distanciamiento entre la escuela y la vida. Los niños y jóvenes van a la escuela porque tienen que ir, para que no los regañe la mamá o el papá, o para aprobar exámenes con calificaciones mayores al número cinco.
Lo increíble es que aunque no sean conscientes de ello, en los talleres que imparto ¡también hacen exámenes y tareas! Y además, sin necesidad de celulares, tablets, laptops o Internet. Pero ahí sí les gusta.
El reto es convertir la escuela en un lugar a donde les emocione ir, donde el goce no solo se reduzca a los momentos de recreo, sino que sea un recreo completo; donde se aprenda de español para inventar trabalenguas; donde se aprenda de química para hacer “moco de gorila”; donde se aprenda de geometría para construirle una casa a la mascota; y donde la tarea sea precisamente eso: construir y hacer cosas divertidas o de utilidad para el estudiante, con las que este pueda mostrar (no demostrar) que comprende lo aprendido.
Arte sin ciencia o ciencia sin arte es imposible
Uno de los temas finales del taller es la construcción de robots. Los construimos con objetos que rescato del basurero mes con mes: tornillos, rondanas, resortes, celulares, cables, alambres, etcétera. Es uno de los momentos más increíbles.
Mientras diseñan, desarman y rearman su robot, las niñas y niños son capaces de concentrarse ¡más de tres horas seguidas! Es tal su grado de concentración y silencio que casi puedes ver en sus cabecitas formarse las ideas: líneas geométricas, análisis de formas y de objetos, etcétera.
Una vez que tenemos los distintos robots, cada participante hace una presentación donde explica las habilidades y características de su creación. Muchos de ellos coinciden en tres premisas: 1) Servir de compañía para sus juegos, porque ¡¿quién no querría tener un robot de amigo?! 2) Que los robots les ayuden a ¡hacer la tarea! 3) Que los robots los protejan si alguien intenta hacerles daño.
Una vez que concluyeron el diseño de robots, les comparto el trabajo de artistas como Edouard Martinet, Arthur Ganson, Theo Jansen (…) Las niñas y niños se asombran al descubrir que hay adultos dedicados a lo mismo que acaban de hacer ellos: seleccionar objetos, diseñar, planificar, unir, armar, nombrar. ¡Y que además es una profesión! Es decir, que esos artistas viven haciendo eso. Se ganan la vida con ese trabajo.
Arte y ciencia no son campos separados. No existe la ciencia y allá, a lo lejos, el arte. Ambas están contenidas una dentro de la otra. Son producto de nuestra actividad como seres humanos. El arte es la magia. Y la magia es el uso de símbolos, objetos o cualquier disciplina creada por el ser humano para comprender o transformar la realidad.
Aunque hoy parezca que no tuvieran nada que ver una con otra, los griegos colocaban la música dentro de las matemáticas. Del mismo modo, resolver un problema matemático en la escuela, por lo general, involucra otra disciplina: la lengua, pues hay que tener cierto grado de comprensión lectora.
Creo en la importancia de aprender y comprender el español, las matemáticas y la mayor cantidad que nos sea posible de la creación humana. Porque cuando eso no ocurre, tenemos en nuestra sociedad a abogados que eligieron el derecho porque odiaban las matemáticas; o ingenieros civiles que odian la poesía porque es una tontería sin utilidad. Pero entre más nos acercamos a la ciencia y al arte, más magia podemos crear: tecnología, por supuesto, pero también más oportunidades de tener una vida rica y no vivir lamentando un oficio o profesión que aprendimos por obligación.
Arte sin ciencia o ciencia sin arte es imposible.
Una vez, una amiga me dijo al ver que sacaba mi flexómetro cuando intentaba crear una escultura:
—¡Qué haces, Emilio! No midas. Debes sentir la pieza que estás creando.
Le respondí:
—Tienes razón. Mmmm… Siento que el transformador de 110 voltios y 65 miliamperios no va a entrar en la escultura (…) Eso siento. ¿Me concentro más para que entre?
Radio Roger
Las ventajas de Radio Roger, una radio de banda civil portátil: “1) No hay plan de renta. 2) El nivel de requerimiento tecnológico te hace bastante independiente. 3) Puedes modificar el circuito o la antena. 4) Estás preparado para el apocalipsis zombi”, bromea Emilio Ruiz.
El nombre —explica el creador y divulgador— se debe a que desde la guerra de Vietnam, para averiguar si algún posible interlocutor ‘copiaba’ (escuchaba) una transmisión, se le preguntaba ‘¿Roger?’.
“Fue por la clave morse. En los tiempos en que era de uso común, para preguntar si se había recibido un mensaje enviaban una R, así: .-. Luego, cuando ya se pudo transmitir voz por la radio (es decir, que pudo modularse la señal), se creó un código fonético internacional y la R de la clave morse se convirtió en ‘Roger’: Alfa, Bravo, Charlie… ¡Roger!”.
Cuadradio
“Desde Maxwell sabemos que la luz, la radio, la electricidad, todo es lo mismo. Si a una señal de radio le pudieras ‘meter más energía’, llegaría a verse. Si a una señal de luz le pudieras ‘quitar energía’, se podría escuchar en nuestro aparato de radio. Por eso es que la luz y las ondas de radio llevan la misma velocidad, 300 mil kilómetros/segundo, porque son lo mismo”, explica Emilio Ruiz.
Por eso, igual que la luz, la radio —entendida como ondas, pero también como los mensajes que por ahí se transmiten: opiniones, voces y sensaciones— crea paisajes.
“El sonido pinta, el sonido tiene textura y color, perspectiva y profundidad. El sonido te hace reflexionar. Por lo anterior, he realizado un cuadro donde pueda exponer diversas expresiones sonoras a través de ondas de radio. Este artefacto puede exponerse en una galería prestigiosa o en el comedor de tu casa”.
Bochirradio
“El Bochirradio capta automáticamente las estaciones de radio de FM que se encuentren al alcance. No hay que hacer nada, salvo cargarlo de electricidad una vez al mes. Además, es ecológico, pues en su construcción se utilizaron pedazos de electrónica de desecho: radios viejos, televisiones inservibles, celulares descompuestos y grabadoras sin reparación”, dice Emilio Ruiz.