Entre claros oscuros la película de los Crímenes de Grindelwald
Al igual que el maletín sin fondo del “magizoólogo” Newt Scamander, “Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” (“Fantastic Beasts: The Crimes of Grinelwald”) es una mezcla rara de maravillas.
Newt (Eddie Redmayne) puede buscar en su maleta y, al igual que lo hizo Mary Poppins antes que él, sacar de la misma cualquier cosa. Y por momentos parece que J.K. Rowling — quien funge como guionista por segunda ocasión — está igualmente encantada por sus poderes infinitos de conjuración. En esta atiborrada segunda película de la precuela de cinco entregas de Harry Potter, cada misterio resuelto devela otro, cada historia engendra una nueva. Las narrativas se multiplican como Nifflers revoltosos, una de las múltiples especies en el maletín de Newt.
El problema usual con las historias derivadas es su falta de peso o justificación, especialmente aquellas que estiran una historia tan ampliada como la de Potter, con sus ocho películas. Pero esto no es un problema para las dos cintas de “Animales fantásticos”, dirigidas por el exrealizador de “Potter” David Yates.
Ambas películas tienen su función. “Los crímenes de Grindelwald”, en especial, es una parábola impresionantemente oscura y urgente de la ideología supremacista, dirigida de frente a la división demagoga que existe en la actualidad. Y a ninguna de las dos les falta densidad de detalle, personajes o historia.
De hecho el único verdadero crimen de “Gindelwald” es la abundancia de detalles. Al pasar de Nueva York a Londres y París (con ministerios de la magia en cada ciudad), el más reciente capítulo de la saga de Rowling previa a Potter se siente tan ansioso de estar fuera de Hogwarts (que también aparece en la película) que se resiste a fijarse en un solo lugar, o con alguno de sus personajes diseminados — entre ellos Newt, la escrupulosa investigadora de magia negra Tina (Katherine Waterston), el neoyorquino no-mago Jacob (Dan Fogler), la hermana de Tina y novia de Jacob Queenie (Alison Sudol) y la atormentada excompañera de clase de Newt, Leta Lestrange (Zoe Kravitz).
Nadie sabe crear un presagio de batalla mejor que Rowling. Ahora es el ascenso de Gellert Grindelwald (Johnny Depp), recién escapado de prisión, quien crea un clima sombrío sobre la tierra. Con un copete rubio peinado hacia arriba y la cara cubierta de un fantasmal maquillaje blanco, Grindelwald es la versión de Rowling de un nacionalista blanco que cree en la elevación de los hechiceros “purasangre” por encima de aquellos que no tienen poderes mágicos.
Es 1927 y las oscuras nubes del fascismo amenazan; la Segunda Guerra Mundial se siente a la vuelta de la esquina. En uno de los múltiples trucos de la película, Grindelwald cubre París de telas negras reflejando este ambiente y también algo que remite a los artistas conceptuales Christo y Jeanne-Claude, que usan tela para envolver edificios.
A pesar de la tormenta que se avecina, el pacifista Newt se resiste a crear una división. Cuando es empujado por su hermano Theseus (Callum Turner), quien al igual que Tina es un “Auror” que aplica la ley mágica, Newt responde: “Yo no tomo partidos”.
Los sucesos en “Los crímenes de Grindelwald” pondrán a prueba a Newt, al igual como a cualquiera que trate de seguir sus hilos. Al menos tres personajes de la cinta emprenden cacerías: Queenie, Grindelwald y Credence Barebone (Eza Miller), el poderoso y volátil huérfano que pasa gran parte de la película buscando respuestas a su identidad. Es el Anakin Skywalker de “Animales fantásticos”, cuya alma está en disputa entre ambos bandos.
Si todo esto suena como demasiado, lo es, y ni siquiera hemos mencionado a Jude Law como el joven Albus Dumbledore, quien luce extremadamente guapo con su barba a la ZZ-top. Pero pasamos poco tiempo con él al igual que con otros tantos personajes que, para crédito de la película, ansiamos conocer más, como Jacob de Fogler. Hay un flashback que deja ver una vieja relación, quizá de tintes sexuales, entre Dumbledore y Grindelwald; esta sería la revelación más intrigante de la película, que queda como carnada para entregas futuras de la saga.
Las relaciones de hermanos están en todas partes en “Los crímenes de Grindelwald”. Al igual que en las casas de Hogwarts, Rowling se regocija en la dualidad y el juego entre la luz y la oscuridad. Incluso dentro de los Aurors hay métodos opuestos para aplicar la ley ante la amenaza. Y en medio de todo esto Newt es presentado como un emblema de la tolerancia: cree que cada bestia puede ser domada y que cada trauma puede ser sanado.
La única fuente de Rowling antes de entrar al universo cinemático de “Animales fantásticos” era un breve libro de 2001 disfrazado de texto de Hogwarts. Pero con su majestuosa varita ha creado un mundo impresionantemente vasto y convulso que no teme explorar la oscuridad bajo su encantador exterior. Y con Yates nuevamente al mando, “Los crímenes de Grindelwald” suele ser deslumbrante, por momentos asombroso y siempre atmosférico, aunque también un poquito desastroso. Hasta los maletines mágicos pueden llevar a veces sobrepeso.
“Fantastic Beasts: Los crímenes de Grindelwald” de Warner Bros. tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por algunas escenas de acción fantástica y violencia. La AP la califica con dos estrellas y media de cuatro.