Jonás Cuarón refleja la realidad en ‘Desierto’
A simple vista, ‘Desierto’ es un sencillo thriller fronterizo, desarrollado en la linde entre México y los Estados Unidos. En su argumento, un camión lleno emigrantes mexicanos se queda colgado en medio del desierto y sus polizontes se embarcan en una peligrosa caminata bajo el sol para encontrarse bajo la mira de la escopeta un cowboy racista, que se dedica a cazarlos uno por uno.
Un punto de partida similar a la reciente ‘La persecución’ (Beyond the Reach, 2014) pero mucho más efectiva que aquella, con mucho menos.
La premisa, que deja una situación de persecución en el desierto entre Sam, un Jeffrey Dean Morgan cada vez más a gusto en sus roles de villano, y Moisés (Gael García Bernal), aumenta progresivamente la tensión situando al espectador junto los personajes, que huyen solo un paso por delante de Sam.
La acción es constante: corren, saltan, trepan y se arrastran por el desierto, y su apreciable minimalismo consigue hacer muy emocionante todo el viaje hacia el climático enfrentamiento.
Aunque tanto superficie y forma denoten economía narrativa en estado puro, no es difícil rascar algo más profundo cuando su propia premisa plantea puntos clave sobre xenofobia y migración en el volátil clima político actual.
Cuarón se concentra más en la acción que en el tema de fondo, lo que juega a favor de la película y el mensaje, ya que, sin haber planteado un villano rubio, con tupé y en traje azul, el asesino podría ser el típico confederado nostálgico, alentado por el éxito en las urnas de quien ha prometido un muro pagado por charros.
Jonás Cuarón coescribió ‘Gravity’ (2013) con su padre Alfonso y prueba, con la dirección de ‘Desierto’, su capacidad de crear la tensión necesaria para hacer funcionar un drama de supervivencia que no da tregua para tomar aliento.
El calor y la aridez de las dunas se capturan de manera evocadora gracias a la fotografía de Damián García, la cámara recoge la acción con un empático sentido de la topografía que deja saborear los cactus ardiendo y el ruido de las serpientes de cascabel.
El paisaje único crea abismos de espacio entre el depredador y la presa, y es la relación sin palabras entre estos lo más destacable del conjunto. ‘Desierto’ podría haber sido una película más subversiva con algo más de arbitrariedad.
La elección del protagonista es obvia y obliga a dedicar algunos minutos a los relatos sobre ser deportado y la búsqueda de una vida mejor y más segura, o al speech de Sam lamentando como ha llegado a odiar a su país. Son momentos didácticos, pero no particularmente sutiles.
En el fondo, evitar a opción de drama contemplativo, con excesos de lirismo, acerca la película a artefactos de género puro. Su eficiencia feroz la posiciona en línea con películas de puro survival, especialmente al subgénero de “caza de humanos” como ‘El malvado Zaroff’ (The Most Dangerous Game, 1932) o ‘La Presa desnuda’ (The Naked Prey, 1965), incluso ‘Turkey Shoot’ (1982) en las que un emplazamiento de naturaleza salvaje sirve de escenario para la caza casi deportiva, pero su sabor fronterizo la emparenta más con ‘Cacería Implacable’ (The Hunting Party, 1971).
A pesar de que los personajes son estereotipos, atacando directamente a las convenciones lógicas sobre los derechos humanos, ‘Desierto’ está menos interesada en villanizar de más un lado sobre el otro que en mostrar la tragedia que acarrea en la vida real.
Permite a Sam exponer algo de su frustración reprimida, sin justificar sus acciones, pero dejando entrever que la información vomitada por los medios de comunicación tiene algo que ver en la formación de estos monstruos del siglo XXI, que para nada son un residuo del pasado, sino reclutas verosímiles de nuevo cuño.
Gael García Bernal es una elección casi lógica. La facilidad con la que toma el mando de protector para los compañeros que nunca han hecho este viaje aparece de forma natural, no es difícil meterse junto a él en su viaje; queremos que le devuelva el osito de peluche de su hijo, aunque para ello deba transformarse.
‘Desierto’ No tiene nada especialmente original en su hora y media, pero esta se pasa volando. Su desarrollo, casi en tiempo real, crea un crescendo hacia un clímax en silencio y a la altura. Una película-experiencia sencilla, a veces obvia, pero que cumple.