L. Bershidsky reveló que el porno puede ser motor de progreso tecnológico

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La pornografía en línea ha moldeado de manera decisiva la internet tal como la conocemos. Dos debates públicos recientes, uno relacionado con la decisión de Apple Inc. de escanear los dispositivos iOS para detectar pornografía infantil, el otro tras la decisión de OnlyFans Ltd. (que fue revertida rápidamente) de prohibir contenido para adultos, muestran que la industria del sexo todavía tiene un papel que desempeñar en el establecimiento de la dirección del progreso tecnológico. Aunque su importancia en la comercialización de internet ha disminuido, tal vez sea el caso más claro del uso de la tecnología para proteger la privacidad y superar la censura.

En la época en que la vida en internet (que entonces se escribía con I mayúscula) se concentraba en los grupos de Usenet, se calculaba que cinco de las seis imágenes compartidas eran pornográficas. En 2006, todavía en la era previa al iPhone, el contenido para adultos representaba más del 20% de las búsquedas de Google desde teléfonos móviles (la siguiente categoría por popularidad era “entretenimiento” con un 10%). Pero la primera internet y los primeros teléfonos no eran realmente adecuados para el porno de alta calidad.

“Cada avance en calidad —fotografías de mayor resolución, películas de mejor calidad— requería cantidades cada vez mayores de ancho de banda”, escribió Patchen Barss, un defensor muy citado de la teoría de que la pornografía es la cuna de la tecnología, en su libro “The Erotic Engine”. “La pornografía dominaba el flujo de imágenes y vídeos en internet, y como había una demanda perpetua de más, diferentes y mejores productos pornográficos, el ancho de banda tenía que crecer”.

Podría decirse que la adopción del streaming de vídeo por parte de la industria para adultos en los días en que incluso las formas más simples de tecnología estaban dominadas por los hombres, fue lo que impulsó a los usuarios a actualizarse con mejores conexiones y equipos; y se produjo una adopción más generalizada. Es igual de probable que, sin la pornografía, las soluciones de pago en línea no se hubieran desarrollado tan rápidamente como lo hicieron durante los años de la piratería y la libertad de acción en internet: no había muchas cosas por la que la gente quisiera pagar en la red, aparte de los contenidos eróticos. En ese sentido, la pornografía impulsó la monetización de muchas ideas y proyectos basados en la web y estimuló el desarrollo de la tecnología financiera moderna. Junto con los juegos de azar, en un principio alimentó a gigantes como la alemana Wirecard, que ya cayó.

Internet ha crecido hasta abarcar el mundo, y la pornografía, por supuesto, no ha podido seguir el ritmo. Uno de los pocos estudios que miden realmente el tráfico de pornografía, publicado a principios de este año, situó en un 12% la proporción de usuarios adultos de sitios web entre su muestra de 15.000 clientes de cable italianos. Su sesión promedio dura unos 18 minutos; es difícil imaginar qué podría alargarla. Los investigadores de universidades italianas y austriacas observaron que, desde 2014 hasta 2017, período durante el cual recopilaron los datos, el tráfico total por cliente casi se duplicó, pero el tráfico de pornografía no mostró un aumento similar. Es lógico pensar que los avances más recientes en la tecnología de la pornografía, como los programas de realidad virtual inmersiva o la estimulación física vinculada al vídeo, no impulsen el progreso en el mercado en general como lo hicieron las innovaciones anteriores.

La versión adulta y convencional de internet de hoy está dirigida y vigilada por grandes empresas. Los grandes proveedores de pagos, como Visa Inc. y MasterCard Inc., se muestran reacios a trabajar con proveedores de contenido para adultos. El año pasado, suspendieron el servicio a Pornhub y otras propiedades de su empresa matriz, MindGeek SARL, en respuesta a informes de contenido no consentido en la plataforma. PayPal dejó de facilitar los pagos a los trabajadores sexuales de Pornhub en 2019. La aversión mostrada por varios grandes bancos y un cambio en las normas de MasterCard, que exigía estrictos compromisos de revisión de contenido, impulsaron la decisión potencialmente suicida de OnlyFans de desterrar los streams sexuales el mes pasado.

Apple, por su parte, anunció que escanearía los dispositivos iOS para detectar imágenes de pornografía infantil conocidas subidas a su servicio iCloud, utilizando una forma de inteligencia artificial para cotejar las imágenes con una base de datos oficial y, una vez que estuviera segura de que estaba sucediendo algo ilegal, alertar a las autoridades.

Ambas situaciones provocaron mucha indignación. Nadie en su sano juicio defendería la pornografía infantil, la pornografía de venganza, el tráfico sexual o cualquier forma de sexo no consentido. Pero el público que marca tendencia en internet proviene de la “generación del porno”, que ha crecido con contenido sexual en línea. Se le puede culpar de distorsionar la sexualidad de los mileniales y los Z, pero la realidad ineludible es que, para muchos de ellos, no reciclar es un pecado mayor que ver pornografía. Para este público, dejar que los creadores de contenidos sexuales se ganen la vida es un concepto más atractivo que lo que a menudo parece una cobertura corporativa disfrazada de preocupación por las víctimas de abuso sexual.

En el caso de Apple, la pornografía ni siquiera es el verdadero problema. Si Apple introduce el escaneo del lado del cliente en nombre de la lucha contra el abuso infantil, podría decirse que está creando el potencial para una vigilancia mucho menos justificable, un potencial que la compañía niega. Hace unos años, fui muy criticado en Twitter por una columna en la que argumentaba que la adopción del cifrado de extremo a extremo por parte de las grandes empresas tecnológicas tenía más que ver con el marketing que con la protección de la privacidad; el escaneo del lado del cliente anula el cifrado, mostrando la facilidad con la que las empresas de tecnología pueden retirar las protecciones que los usuarios creen que se les han otorgado y, entre otros problemas, aumentando la superficie de ataque que pueden utilizar los actores maliciosos.

El debate público no se centra en la obscenidad, ni siquiera en la explotación sexual; en el fondo, se trata de la capacidad de las grandes empresas para limitar la libertad en aras de la precaución corporativa. Al igual que en la época de la victoria de Larry Flynt en la Corte Suprema de Estados Unidos, la pornografía es un avatar incómodo pero algo apropiado para la libertad, al menos para parte de la comunidad de internet. La industria del porno no tiene el poder de influir en la demanda del mercado masivo de nuevas tecnologías, pero puede servir como una prueba de fuego para nuevas soluciones orientadas a la privacidad: sistemas de pago accesibles basados en criptografía que sean agnósticos en cuanto al tipo de negocios que soportan, sistemas operativos, mensajería y servicios en la nube que no ofrezcan puertas traseras anticifrado.

Durante la pandemia de covid-19, hemos sacrificado muchas libertades y hemos cedido mucho terreno en materia de privacidad en nombre de la reducción del riesgo de enfermedad para nosotros y nuestros vecinos. Una reacción natural sería una mayor resistencia a los controles intrusivos, especialmente por parte de las grandes empresas. Y como en los viejos tiempos de la internet, la pornografía podría encontrarse de repente en el papel de liderar ese cambio.

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