La siniestra leyenda que rodea a los pitufos en México

Y así, si buscamos en la red, muchas son las historias macabras que podemos encontrarnos relacionadas a estos personajes.
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No hay niño mexicano crecido en los años 80 que no sepa qué o quienes son ‘Los Pitufos’, ya que forman parte integral de la nostalgia de una época que nunca ha pasado de moda, y prueba de esto es que siguen vigentes en México más que en cualquier otro país de América Latina, donde son objeto de un fervoroso culto, así como de una bizarra leyenda negra.

Creados por el famoso caricaturista belga Pierre Culliford, más conocido por su apodo ‘Peyo‘ (1928-1992) los simpáticos y amistosos “suspiritos azules” (como los llamaba con odio jarocho su archienemigo, el frustrado alquimista Gárgamel), llegaron a México al inicio de la década de 1980 cuando Televisa los incorporó a su programación en horario infantil

Ya eran conocidos en España, Francia y en Bélgica desde 1958, cuando aparecieron por primera vez en la famosísima revista de historietas ‘Spirou’, como parte de la serie creada por Culliford ‘Johan & Perluit‘, y fue tal su popularidad, que pronto tuvieron su propia serie de cómics y en 1976 su propia película realizada en Francia.

Fue cuando uno de los gigantes estadounidenses de la industria de la animación, Hanna-Barbera (los mismos de ‘Los Picapiedra’, ‘Los Supersónicos’, y la exitosa ‘Don Gato’), descubrieron a los personajes y tras adquirir los derechos, los convirtió en una serie para televisión (que duraría nueve temporadas), los duendecillos azules conquistaron el continente latinoamericano, no solo con los capítulos del programa, también con una oleada de merchandising que no se había visto antes.

A partir del verano de 1981, todos los días de lunes a viernes a las 2:30 de la tarde (idealmente la hora de la comida) los niños podían verlos en el canal 5 de televisión perteneciente a Televisa, siempre con alguna aventura, defendiéndose de las malas artes y berrinches de su eterno enemigo, Gárgamel, y su secuaz, el roñoso y malhumorado gato Azrael.

Así fue como surgieron lo que se recuerdan ahora como los primeros días de la llamada pitufimanía: la serie animada daba para mucho, y gracias a la buena acogida el público, se convirtió en un asunto muy comercial, especialmente entre los padres que gastaban pequeñas fortunas para adquirir juguetes y atuendos con imágenes de los pitufos (si usted es de mi generación, seguro tuvo alguna prenda o muñeco inspirado en estas creaciones azules, mismos que hoy —si son genuinos de la época— alcanzan un precio estratosférico en los sitios como Mercado Libre y eBay.

Pero no solo existían los juguetes y la ropita: en las estaciones de radio con programación infantil (que en esa época comenzaron a crearse debido a la demanda), así como en comerciales de TV, sonaba todo el santo día el pegajoso sonsonete de ‘Ring, Ring‘, la canción tema de un LP con diez canciones en español, interpretadas fonéticamente por un cantante belga que se hacía llamar el ‘Padre Abraham’, que aparecía en el videoclip (porque claro, lo hubo) ataviado con una sotana negra y sombrero de copa, así como largas barbas blancas, acompañado de marionetas de los pitufos, quienes le recordaban que él los había creado y ahora lo invitaban a cantar para encontrar la felicidad.

El disco, que se lanzó lo mismo en todos los idiomas en los que se conocía a los muñecos, fue uno de los más vendidos del año a nivel mundial en 1982, en algunos países sólo por debajo solo de ‘Thriller‘, de Michael Jackson.

Además del disco (y su versión cassette) también se vendieron, en esos días, montones de pitufos de todos estilos y tamaños. Y en México, donde no se pierde nunca la oportunidades de hacer negocio, comenzaron a fabricarse pitufos de peluche, de fabricación nacional sin pago de derechos. 

Estos eran mucho más baratos que los de PVC, importados de Bélgica en tamaño miniatura, de hermoso detalle y unos 5 centímetros de altura, caracterizadas con múltiples trajes o accesorios, al gusto de cualquier comprador. Eran producto exclusivo de almacenes de lujo, y lo mismo se podía tener a un pitufo vestido de policía o de bombero que a Pitufina, o Pitufo Filósofo o incluso a Papá Pitufo, con su característica barba blanca y atuendo colorado. 

Como estas piezas, hoy de colección, no eran nada accesibles — de hecho, eran más caras que un disco LP importado o un libro best seller— muy pronto aparecieron las imitaciones baratas hechas aquí: mucho menos detalladas, generalmente mal coloreadas, pero que tenían el mismo éxito que el capricho de importación y en cierta forma servían como símbolo de estatus, si bien un niño pudiente podía humillar a uno pobre, basándose en la calidad (y la cantidad) de Pitufos que tenía.

Fue más o menos en esta época, hacia el final de 1981, que comenzó a circular la famosa leyenda negra en torno a los personajes, una leyenda urbana tan persistente, que se volvió incluso fuente para estudios universitarios.

En algún momento comenzó a correr el rumor (hasta yo, que entonces tenía siete años y estaba en tercer año de primaria lo recuerdo como si fuera ayer), en los patios de escuela y los parques de juego, una cosa tan disparatada que la ingenuidad infantil le dio validez, creciendo hasta volverse una auténtica historia de terror: decían que por las noches las figuras de los duendes azules, ya fueran de plástico, o de trapo, cobraban vida y atacaban a sus pequeños propietarios, ya fuera cortándoles la cabeza o comiéndoselos (en salsa borracha, uno supone)

Los detalles abundaban: se afirmaba conocer al niño (o niña) brutalmente mutilado, se decía que algún padre (o madre), inquieto/a por el ruido en el cuarto de sus hijos descubría al que unas horas antes era juguete favorito, convertido en un espantoso ser con las fauces ensangrentadas y de afilados colmillos. El suspirito azul era, en realidad, un ente perverso y asesino de niños — hoy en día, siento que esta versión probablemente deriva de que más o menos al mismo tiempo circulara en Betamax una película del director Dan Curtis, protagonizada por Karen Black, que se titulaba ‘Trilogía del terror’, dividida en tres segmentos, el último mostraba a Black como una pobre mujer acosada de manera implacable por un feroz muñeco tipo vudú de unos 5 cm, con afilados colmillos, que trataba de comérsela; ¿verdad que suena como una correlación lógica?

Como en este país somos propensos a tratar de dar un contexto hasta lo más absurdo, muy pronto se tejió, a través de los adultos alrededor de los mentados pitufos una extravagante explicación para esta “maldición”: ostensiblemente los principales personajitos de la historia, como lo eran Pitufo Filósofo (el de los lentes), Pitufo Gruñón, Vanidoso (el de la florecita), Fortachón y la mismísima Pitufina eran la encarnación de los siete pecados capitales, mientras que Papá Pitufo, con su pantalón y gorro rojos era una encarnación de Satanás, por lo que, obviamente el verdadero personaje bueno era Gárgamel, que vestía de hábito, como si fuera un monje de alguna orden cristiana y que todos sus trucos eran parte de una tremenda lucha contra el diablo y que los pitufos nos convirtieran a los niños en esclavos del mal.

Pese a tanta patraña, que se sigue repitiendo aún hoy, los pitufos realmente no han pasado de moda, incluso hasta la fecha; en pleno siglo XXI, fueron adquiridos por Sony Pictures y se volvieron protagonistas de dos películas animadas con lo más nuevo de la tecnología, y aunque las películas —protagonizadas por Neil Patrick Harris, Hank Azaria y la insoportable Jaima Mays— han tenido éxito en EEUU, aquí fueron rompedoras de récords de taquilla y presentaron a las nuevas generaciones la magia “pitufesca”, además de que la serie de TV resucitó, por lo que se puede ver de nuevo aquellos episodios que iluminaron nuestra hoy lejana niñez, mientras que la leyenda de que los pitufos quieren comerte aún pervive en Internet... pero, uno supone, esa es parte de su perenne encanto. 

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