Tarantino sorprende con “Once Upon a Time … in Hollywood”

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Quentin Tarantino nos ha venido recordando desde hace tiempo qué hace al cine tan maravilloso. O, al menos, que cree él que lo hace maravilloso.

Ha hecho un doble-largometraje a la antigua (“Death Proof” de “Grindhouse”), ha resucitado el formato de pantalla ancha Ultra Panavision de 70mm (“The Hateful Eight”) y, en general, ha sido visto como el evangelista preeminente de las llamadas películas de clase B por una generación. El poder y la emoción de las cintas de explotación, que ha patrocinado con seriedad, es capaz de vencer todos los males — o al menos la esclavitud (“Django Unchained”) y a los nazis (“Inglourious Basterds”).

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Pero “Once Upon a Time … in Hollywood”, ubicada en Los Ángeles en 1969, es la oda más afectuosa y conmovedora que Tarantino haya hecho a la industria. Es una fábula relajada y atontada de Hollywood que se regocija en los simples placeres del cine y la colorida espiral del lote trasero de la Fábrica de Sueños. Algunos placeres son nostálgicos, y otros — como conducir por Sunset Boulevard o tomar martinis en Musso & Frank — son eternos.

Aquí, el amor por las películas es contagioso, como algo en el aire. En una de las mejores escenas, Margot Robbie, en el papel de Sharon Tate, explica en la taquilla de un cine que aparece en la cinta en cartelera, la recién estrenada aventura “The Wrecking Crew” (”¡Yo soy la torpe!”, dice alegremente). Y adentro ríe con deleite al verse a sí misma en la pantalla, imitando con energía los movimientos de artes marciales de su personaje y mirando alrededor para ver si el público se ríe con uno de sus diálogos.

Los placeres en “Once Upon a Time” también son nuestros. Tarantino bajó su temperatura febril a un fuego lento para bañarnos con la luz dorada de California y el resplandor de sus protagonistas: los superastros Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. Ambos pasan un copioso tiempo manejando por las colinas de Hollywood en un Coupe de Ville crema al estilo de Butch y Sundance y resultan igual de agradables para la vista.

DiCaprio es Rick Dalton, un actor de westerns de TV tipo Burt Reynolds (saltó a la fama con el éxito de los 50 “Bounty Law”) cuya carrera está en declive. Pitt es Cliff Booth, su doble para escenas peligrosas y su mejor amigo, un veterano de guerra con una mala reputación pero una personalidad amigable y relajada. Su relación es cómoda y natural: Booth es tanto un compañero de tragos como un sistema de apoyo para Dalton, quien cada vez se siente más ansioso ante su futuro encasillado. (Al Pacino, como su agente, lo exhorta a irse a Italia a filmar un spaghetti western).

En la secuencia más destacada de DiCaprio, el actor conversa entre las tomas de un western titulado “Lancer” con una actriz de método espantosamente seria que tiene 8 años de edad (Julia Butters) y termina olvidando sus diálogos. Tras un episodio en el que sintió lástima de sí mismo en su remolque, regresa para brillar en la escena. DiCaprio, él mismo un actor extraordinariamente tranquilo, captura a la perfección el arco narrativo.

Cuando se conoció que la nueva película de Tarantino giraría en torno a los asesinatos del clan Manson, resultó fácil preguntarse qué tipo de caos traería el director a este momento histórico. Conocíamos la matanza que desató la muerte de Zed en “Pulp Fiction”, así que, ¿qué tenía Tarantino en mente para la defunción de los 60?

No es que “Once Upon a Time … in Hollywood” no gire en torno a esa tragedia espeluznante. Ésta siempre se siente al fondo amenazante, y con el tiempo también al frente, luego que Booth recoge a una mochilera (Margaret Qualley) que lo lleva al complejo de Manson en el Spahn Ranch, el antiguo sitio de producción de westerns de cine y televisión donde los seguidores de Manson, en su mayoría mujeres, emergen y Booth busca al propietario, su viejo amigo George Spahn (Bruce Dern). Dalton y Booth son mezclas ficticias rodeadas de personajes de la vida real que incluyen a sus vecinos Tate y el esposo de ésta, Roman Polanski (Rafal Zawierucha).

Para el momento cumbre del filme, habrá sangre derramada y llegará la hora del revisionismo histórico. Pero sospecho que muchos fans de Tarantino se sorprenderán por el ritmo pausado de la cinta, más parecido (y esto es bueno) al de “Jackie Brown”. Como en esa película, Tarantino no está viviendo puramente en un exagerado mundo cinemático de fantasía, sino en uno que se tambalea enigmáticamente entre el sueño y la realidad. El diálogo y la acción son lo suficientemente lentos como para permitir la entrada a algo de pena y melancolía

Por momentos, su camino es un poco caprichoso y propenso a digresiones. Tarantino se siente peligrosamente cerca de convertir su película en varias de cintas de Dalton, así de deseoso está (como los hermanos Coens en “Hail, Caesar!”) por adoptar con amor esos estilos de la época. Pero usualmente los desvíos son difíciles de resistir. En uno, Booth termina en una pelea con Bruce Lee (Mike Moh) en el plató de “The Green Hornet” (“El avispón verde”).

Y si uno va a hacer una película que celebra lo maravilloso de Hollywood, ayuda tener abordo a Brad Pitt. La química entre él y DiCaprio, juntos por primera vez en pantalla, es un deleite; puedo verlos felizmente conducir alrededor de Los Ángeles, con el director de cinematografía Robert Richardson detrás, por más tiempo de lo que ya aparecen en “Once Upon a Time … in Hollywood”.

Pitt, en particular, parece completamente dueño de sí. La suya es una interpretación jactanciosa de un actor de primera categoría en una cinta que celebra todo lo que las estrellas de cine pueden lograr: cualquier cosa, a juzgar por Tarantino. El que a la joven y exuberante Tate le robaran ese potencial es uno de los errores que Tarantino corrige aquí. Pero su cuento de hadas también se hincha con una visión aún más grande y optimista. Para los pesimistas de hoy que puedan ver el cine como una forma de arte menos potente, “Once Upon a Time … in Hollywood” imagina un apocalipsis negado. Tate, y el cine, vivirán por siempre.

“Once Upon a Time … in Hollywood”, un estreno de Sony Pictures, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años vayan acompañados de padre o tutor al cine) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por lenguaje soez, algo de violencia gráfica, uso de drogas y referencias a sexo. Duración: 161 minutos.

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